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22 de abril, 2013
El Budismo Zen en el Arte Japonés Contemporáneo

Influencia del Zen en la Arquitectura Japonesa Contemporánea

La tradición juega en el contexto japonés un papel fundamental en la vida y en la expresión de su cultura. Esta no se entiende como un peso arcaizante, sino que, por el contrario, constituye un privilegio único que conecta el pasado con el presente y con el futuro: es la huella del fluir del tiempo en la vida. Es por ello que, en la actualidad, los artistas japoneses asumen sin conflictos el legado de las antiguas costumbres, las cuales conviven y se fusionan con los nuevos paradigmas estéticos de la postmodernidad. El acervo cultural nipón palpita en cada expresión artística contemporánea, ya sea explícita o implícitamente, pues ella reafirma la condición humana de la obra y su pertenencia a una cultura que se identifica con su pasado.

Dentro de las numerosas creencias, tradiciones, costumbres, modelos estéticos…que conforman el cuerpo tradicional de la cultura japonesa es indiscutible que la filosofía budista, en especial la Zen, constituye uno de los esquemas de pensamiento y comportamiento que mayor impacto y trascendencia ha alcanzado hasta nuestros días. El marco de acción del budismo japonés se extiende más allá de las expresiones culturales arcaicas y subyace en cada actitud social y cultural de la actualidad. El budismo Zen, tendencia que con más fuerza penetró en la ideología japonesa, constituye hoy una forma inherente a la idiosincrasia del pueblo japonés, quien, consciente e inconscientemente, se comporta y se expresa siguiendo las pautas sentadas hace más de ochocientos años por los primeros monjes Zen. En el terreno artístico su presencia resulta notable pues, tanto en las artes tradicionales como en aquellas sumergidas en el espíritu contemporáneo y postmoderno, las bases filosóficas del Zen definen las formas y conceptos estéticos más importantes.

Con esta breve investigación se pretende, entonces, descubrir cuáles son las huellas dejadas por el Zen en la creación artística contemporánea. Para ello, nos centraremos específicamente en la arquitectura, por ser esta la manifestación que con mayor acierto ha sabido conjugar lo tradicional con lo postmoderno.

El trabajo se ha dividido en tres secciones: una primera parte que analiza los principales conceptos del budismo Zen y sus implicaciones estéticas en el arte japonés; una segunda parte en la que se traducen dichos conceptos filosóficos a las expresiones formales correspondientes en el campo de la arquitectura, se identifican y se analizan, a través de ejemplos puntuales de obras de arquitectos contemporáneos japoneses, como estos conceptos tradicionales del Zen están vigentes en la arquitectura de los últimos años; y, finalmente, una tercera y última parte con las conclusiones.

Este estudio se propone, pues, exponer los principales conceptos Zen que definieron el desarrollo de la estética del arte japonés y su pervivencia en la creación arquitectónica contemporánea.

El pensamiento japonés y el Budismo Zen

El profesor Nakamura Hajime, prestigioso pensador contemporáneo, en su libro Ways of thinking of Eastern Peoples[1] (Modo de pensar de los orientales) destaca las siguientes cualidades de carácter como propias al pueblo japonés: tendencia no racionalista, inclinación a lo intuitivo y emocional, a evitar las ideas complejas y a expresar sus pensamientos de modo sencillo y simbólico. Según Nakamura, el juicio japonés rehúye los axiomas sistémicos e intelectuales y opta por la expresión emocional y sensible. Dicha preferencia por la sencillez y la síntesis ha marcado indeleblemente la ideología japonesa: las conexiones cognitivas se establecen, más que por deducciones lógicas, por relaciones de carácter afectivo y emocional. De aquí que sus postulados filosóficos e intelectuales no hayan conformado teorías complejas para exponerse a sí mismos, sino que encontraron en las artes la forma natural para expresar la esencia conceptual de sus doctrinas.

Estos rasgos del pensamiento natural japonés justifican la facilidad con que se asumió la filosofía budista, en especial la escuela Zen: no fue difícil para esta cultura asimilar una corriente cuyas principales características ya se encontraban, al menos en sus principios básicos, en las cualidades naturales de este pueblo.

La doctrina Zen fue la tendencia budista que con más fuerza arraigó en el espíritu del archipiélago asiático por la extrema simplicidad de sus preceptos: el abandono de cualquier conocimiento discursivo mediante el satori o iluminación interior, experiencia fundamental del Zen, propone descubrir la naturaleza de un modo instintivo e inmediato, al experimentar la admiración y el misterio de la vida en cada situación. La escuela Zen no se basa en complejos sistemas filosóficos para su definición; ella se sirve en todo momento de la proposición artística para traducir sus principales conceptos: el arte es el medio por excelencia, y no precisamente el tratado teórico, que resume y expone con claridad la filosofía Zen.

Durante más de seiscientos años, producto de tan perfecta asimilación, los ideales religiosos del budismo Zen dirigieron el alma japonesa. Si bien otras escuelas de Budismo limitaron su esfera de influencia casi exclusivamente a la vida espiritual del pueblo japonés, el Zen fue más lejos: el Zen impregnó profundamente todos los aspectos de la vida cultural del pueblo japonés[2]. La nueva doctrina transformó las ideas, las creencias, las actitudes del pueblo japonés; modificó no solo la filosofía y la religión, sino también las formas de vida y de la cultura, y en especial del arte[3]. Sus principales conceptos filosóficos definieron el futuro desarrollo del arte y la estética japonesa de un modo definitivo.

Conceptos estéticos-filosóficos del Budismo Zen

El budismo Zen no es una filosofía ni una teología en el sentido ortodoxo, sino un modo de vivir y percibir la vida. El satori o iluminación interior se alcanza con la práctica continua de la meditación, cuando se logra abandonarlo todo y prescindir de cualquier formalidad exterior. De este modo, la mente alcanza un vacío inconmensurable, el cual no es el resultado de un proceso analítico y racional, sino que es un hecho de la experiencia y un fenómeno de la intuición. En este estado de vaciedad absoluta, el hombre es capaz de absorber dentro de sí mismo el universo, pues el fin del Zen es hacer desaparecer al individuo como una realidad distinta de la vida y fundirse en ella, como un Todo[4].

El Vacío Zen

El vacío es, pues, la idea nuclear de la filosofía budista y la clave para su comprensión[5]. Desde luego, el vacío budista no es la categoría nihilista que implica la nada y la negación de toda realidad, sino que significa: estar vacío, libre de toda condición particular. El vacío, según se entiende aquí, es lo absoluto, que, al no disponer de una palabra positiva adecuada, se expresa de forma negativa[6]. El vacío no es un acto de anulación, sino de desprendimiento, desapego y, fundamentalmente, un acto de aislamiento; es la purificación del pensamiento, los sentimientos y la imaginación, no su aniquilación[7].

Este protagonismo de la vacuidad como categoría elemental signa la filosofía budista y sus manifestaciones espirituales y culturales: el principio del vacío se traduce en la expresión de una cultura de la quietud, de la pausa y lo sugerido. La doctrina Zen ha cimentado la visión tranquila y calmada del mundo como el único modo de llegar a comprenderlo. El espíritu y la quietud japoneses no pretenden elevarse por encima de la existencia, sino más bien introducirse en sus “raíces”. Cuando la obra de arte es eficaz, según la filosofía budista, esta nos arrastra al origen primitivo de la vida, y allí nos vemos invadidos por la quietud, de la que parte todo lo vital. Para que esto ocurra debe reinar en las formas y en el espíritu de la obra el seiyaku[8], la serenidad pasiva resultado de un proceso introspectivo hacia el centro del objeto y su esencia. El investigador Marcos Ruiz Esparza nos dice al respecto:

La cultura de la quietud significa, por tanto, en el reino de las formas creadas: dejar hablar al gran vacío, dejar brillar a la gran oscuridad y aprender a ver al gran invisible. En resumen: hacer sentir el gran vacío y aprender a comprender al gran incomprensible[9].

El vacío es quien define los rasgos más característicos del arte y la cultura japonesa: el desequilibrio, la asimetría, la pobreza, la simplicidad, la soledad y toda una serie de ideas afines. El ideal de forma no existe, sino que se pretende dejar hablar al vacío, a la soledad, a lo inacabado, a lo imperfecto, a la nada que contiene en sí todo. El japonés no busca la “forma válida” en sí[10], ni tampoco la culminación o armonía de conjunto de su obra maestra, sino que busca algo sin forma, sin imagen, que contenga en sí todas las formas posibles.

Sabi, Wabi, Shibu
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Del vacío parte el concepto de sabi o soledad, aislamiento del mundo de las bellezas formales hasta llegar al contacto con una belleza esencial. Sabi es la sencillez rústica de las formas, la imperfección arcaica que se expresa con la mayor síntesis de recursos, en pos de sugerir la naturaleza del objeto, más allá de su apariencia exterior. En todo el auténtico arte del Japón existe la tendencia a la sugerencia con absoluta economía de elementos, en donde el espectador tiene también una parte activa: descubrir lo que en la obra de arte no está más que iniciado. En este sentido, resulta paradigmática la frase del crítico de arte Okakura Kakuz?: “La verdadera belleza sólo puede ser descubierta mentalmente por quién completa lo incompleto”[11].

Un concepto íntimamente relacionado con el anterior es el de wabi o pobreza. Wabi es el despojo de lo superficial, lo ficticio, lo decorativo e innecesario; la simplicidad que permite descubrir la esencia última de la belleza del objeto. La forma se entiende tan solo como un medio para transmitir la belleza interior, por lo que cuanto más leve sea este medio, más pura aparecerá la belleza. En el arte hallamos el wabi en los leves trazos del pincel y en la línea fácil de la arquitectura, en el diseño sencillo de las mejores piezas de cerámica y en tantas otras expresiones del arte japonés. La pobreza material y de recursos del wabi favorece así la contemplación mística de la naturaleza[12].

El universo wabi-sabi de la estética japonesa precisa, pues, que la belleza reside en lo rústico, en lo sencillamente esencial, en la imperfección y en lo incompleto. El estudioso Richard R. Powell[13] lo resume diciendo que ello (el wabi-sabi) cultiva todo lo que es auténtico reconociendo tres sencillas realidades: nada dura, nada está completado y nada es perfecto.

Esta tendencia a lo incompleto y a lo imperfecto nos lleva al tercer concepto esencial del arte japonés: el shibumi o shibui, que se traduce como áspero, rudo o inacabado. El shibui se centra en la apariencia rústica y la trivialidad externa del objeto cotidiano, que atraen al artista japonés porque es la prueba de que el objeto está vivo. El shibui se destaca en la apariencia inacabada de la obra de arte, en la imperfección de una forma estética concreta que no oculte bajo formas aparentes la esencia del objeto.

No hay nada minúsculo para la filosofía Zen.

La concepción Zen de la Naturaleza

En la filosofía Zen la verdad búdica se encuentra en todas las cosas: en el viento, en las nubes, en la tierra, las montañas, los ríos, los animales…todos ellos tienen en potencia el poder de revelar la verdad búdica. La naturaleza funciona como un todo orgánico, donde cada elemento particular contiene en sí la pluralidad del universo. En este contexto, el hombre no debe pretender subyugar a la naturaleza o vivir en conflicto con ella. Él existe o vive como parte de la naturaleza. Por ello, en el arte y en la vida el mundo natural y de los objetos debe experimentarse en forma inmediata, sin la necesidad de intermediación ninguna. Así expresó en una ocasión el escultor japonés contemporáneo Isamu Noguchi:

“El delicado equilibrio entre espíritu y materia sólo puede alcanzarse cuando el artista se ha sumergido tan profundamente en el estudio de la armonía de la naturaleza, que se convierte en parte de ella misma, en parte de la propia tierra, de manera que llega a apreciar las superficies internas y los elementos de la vida”[14].

Es en este sentido que podemos entender las palabras del poeta Matsuo Basho: "Ve al pino si quieres conocer el pino, o al bambú si quieres conocer al bambú. Y así haciendo, debes soltar toda preocupación subjetiva por ti mismo… Tu poesía surge por sí sola cuando tú y el objeto se han vuelto uno."[15]

Para el artista japonés es esencial una previa empatía o compenetración íntima con la vida que se anhela expresar. El artista del Zen pro­curará ponernos en contacto, no con el exterior de las cosas que podemos tocar, sino con el espíritu escondido en ellas. La distancia entre el artista y la realidad viva y en movimiento, debe ser anulada. Y lo que el artista en la tradición japonesa saturada de Zen deberá expresar es la naturaleza y, en último término, la vida como la inconsciencia de lo vacío. Y para que lo vacuo se manifieste en la imagen debe predominar la vacuidad misma, y no una abigarrada profusión de cosas o colores. Al respecto resulta ilustrativa la frase del monje Zen y una de las voces más autorizadas sobre el budismo Zen del siglo XX, Daisetz Suzuki: “La belleza no está en la forma exterior, sino en el significado que ella expresa”[16].


El Zen y la Arquitectura Japonesa

De la arquitectura tradicional a la arquitectura contemporánea

Estos parámetros estéticos- filosóficos del budismo Zen, aplicados a la arquitectura tradicional, se traducen en un desarrollo del espacio en el que prima la cualidad de lo dinámico. El vacío, como concepto filosófico, se traduce en el concepto arquitectónico de espacio, estructura abierta a partir de la cual se organizan el resto de los elementos formales. Puesto que el pilar es el elemento estructural fundamental, se posibilita la amplitud y libertad de los espacios, así como la ligereza y flexibilidad de los muros y de las divisiones interiores. A su vez, las nociones de sabi, wabi y shibui definen la sobriedad de las líneas estructurales y expresivas de las construcciones, la austeridad de la decoración, lo rústico del acabado, las distribuciones asimétricas y aparentemente imperfectas: las edificaciones se caracterizan por la nitidez y rotundidad de las formas, por el refinamiento y por la supresión de lo anodino y la valoración de lo pequeño en el decorado ascético.

El budismo Zen llevó a la arquitectura, además, el respeto por la naturaleza y la estrecha relación con los espacios naturales: la arquitectura japonesa se funda, no en la confrontación con la naturaleza, sino en su existencia dentro de ella. De aquí que se utilice la luz natural como elemento de diseño, se empleen materiales naturales y se mantenga un vínculo fluido entre el espacio interior y el exterior, entre otras características.

Las características formales de la tradición arquitectónica se definieron, pues, siguiendo las pautas filosóficas budistas, ya que las viviendas, templos y palacios constituían un modo vital de expresión del pensamiento Zen.

Más de ocho siglos después del primer contacto del pueblo nipón con la filosofía budista resulta interesante, aunque no sorprendente, comprobar que, pese al paso del tiempo y la occidentalización que ha sufrido Japón en los últimos cien años, el Zen constituye aún una forma de pensamiento vital para la cultura japonesa en la actualidad. Los postulados Zen y las formas arquitectónicas que de ellos se derivaron constituyen, todavía hoy, ejes estructurales y conceptuales vitales para la creación de los arquitectos japoneses contemporáneos. Genios de la arquitectura insular han creado obras que, aunque son irreductiblemente postmodernas, son también un espejo de la cosmogonía y el pensamiento tradicional japonés y, en especial, de la filosofía Zen.

La presencia Zen en la arquitectura contemporánea

Para un análisis preciso de la huella budista en la arquitectura nipona de los últimos años, resulta pertinente identificar y analizar luego–puesto que hemos examinado ya los principales conceptos teóricos Zen y sus consecuencias estéticas- las características formales que en la arquitectura contemporánea son expresión de la filosofía budista. Estas coinciden, la mayor de las veces, con las de la arquitectura tradicional, pero no como citas literales, sino como interpretaciones actualizadas de las antiguas formas y conceptos Zen.

Espacio físico como expresión del vacío filosófico


En primera instancia tenemos que la importancia del vacío como categoría ontológica del pensamiento Zen se traslada al ámbito arquitectónico en la importancia del espacio como el eje estructural de toda la construcción. El vaciamiento y el aislamiento del mundo material que propone la experiencia del satori, se traduce en la purificación de la estructura espacial, libre, amplia y desierta. Las obras se caracterizan por la serenidad de las formas, la profusión de huecos y grandes espacios vacíos, el dinamismo y fluidez en la delimitación de las aéreas, y por la claridad de toda la estructura, expuesta sinceramente a las miradas del visitante.

Al respecto, la figura de Tadao Ando destaca como un arquitecto un tanto peculiar, pero perfectamente conectado con la más pura tradición de la arquitectura Zen. La obra de Tadao Ando parte de la idea del espacio como eje generatriz de todo el proyecto. La concepción del espacio vacío y de la amplitud tiene para él una importancia mayor que otro tipo de condicionamiento y, en busca de lograr la mayor sobriedad espacial posible, se centra en la desnudez y el purismo de los elementos constructivos. La filosofía de Ando está dirigida a pensar que el espacio puede ser una fuente de inspiración, un lugar para la experiencia mística de la vida, lo cual ha logrado plasmar magistralmente en el complejo Awaji Yumebati, para el aeropuerto internacional de Kansai. Si varias partes del proyecto no responden a ninguna función en específico, ellas suscitan en el visitador una consciencia aguda del espacio, de la luz, del sonido y de la arquitectura. Ando propone una visita no solo funcional al aeropuerto, sino también una vivencia única de experimentación y relajación dentro del entorno. Realiza un énfasis especial en la relación del hombre con la naturaleza en pos de crear un espacio de meditación, serenidad y espiritualidad.

Otro arquitecto japonés que prefiere el uso de los espacios vacíos o abiertos como elementos esenciales en la construcción es Fumihiko Maki. En su Centro Internacional de Conferencias, en Toyama, organiza el interior a partir de grandes galerías y amplias zonas traslúcidas que delimitan los espacios. El frente del edificio se compone de un muro-cortina de metal y de vidrio, y una pantalla de armazón de madera de arce macizo. Aquí, como en otras de sus realizaciones, Maki evoca la tradición japonesa en una estructura decididamente moderna. El armazón de madera remite al uso de los materiales naturales de la arquitectura tradicional, a la vez que mantiene un vínculo fluido entre el interior y el ambiente exterior.

La obra del dúo de arquitectos Kasuyo Sejima y Ryue Nishizawa, fundadores de la afamada firma de arquitectos con base en Tokio, SANAA, constituye otro ejemplo de la presencia Zen en la arquitectura contemporánea. Aunque la arquitectura que practican es absolutamente postmoderna, en ella se pueden detectar aspectos que también se encuentran en la arquitectura tradicional japonesa. Tal como sucede en la arquitectura Zen, la estructura de sus proyectos es una estructura clara, que muestra siempre las relaciones internas de sus partes. Nada se disimula o se recarga, sino que se deja al descubierto, ya sea mediante la sencillez rústica de las formas o por los juegos de luces y transparencias. El empleo de materiales movibles y traslúcidos les permite crear espacios cambiantes, en continuo proceso de mutación.

Para ellos la estructura es sólido y es vacío[17], y por esto conjugan los grandes espacios con demarcaciones fluidas. Los espacios en sus obras no se delimitan radicalmente, sino que intentan mantener la fluidez y la correlación entre unos y otros. Por ejemplo, en el Pabellón del Vidrio del Museo de Arte de Toledo, cada espacio funcional está delimitado en planta por una línea propia, pero existen varias capas de vidrio que clarifican la organización y proporcionan continuidad a la línea visual de estos espacios, sin que lleguen a ser nunca núcleos cerrados o compartimentados. En las Viviendas Seijo, en las afueras de Tokio, las unidades residenciales se extienden, conectándose unas con otras para formar un espacio orgánico unitario. El espacio para estos arquitectos no se caracteriza por la amplitud extensa, sino por la organicidad y conectividad; en este enfoque, más que el aislamiento de la vacuidad Zen, está presente la perspectiva del vacío como purificación de las formas y como conexión profunda entre el sujeto y el entorno. El espacio debe fluir en todo momento, debe ser expresión de formas purificadas, así el visitante puede incorporarse a la circulación sosegada y tranquila que propone la coherencia de esta organización espacial.

Pureza de las formas: sabi-wabi-shibui


La trilogía conceptual sabi-wabi-shibui, pilares de la estética Zen, definen también la arquitectura contemporánea: las obras son fundamentalmente ascéticas, sobrias en su diseño y concepción. Las estructuras se caracterizan por el minimalismo, la austeridad formal y la exclusión de todo lo accesorio; los proyectos suprimen todo lo que no es imprescindible y lo que es accidental. Las líneas complicadas se desechan, la expresión estética se logra mediante la reducción de las formas, donde se inhibe cualquier barroquismo especulativo. La soledad aislada de las formas, la pobreza de medios y lo primitivo de los diseños de las edificaciones apuntan a su proximidad con la pureza y severidad formal de la filosofía Zen.

Las estructuras se basan en el diseño de formas geométricas puras, organizadas casi siempre de un modo asimétrico, por la concepción Zen de que tiene más importancia la búsqueda de perfección que la propia perfección, ya que lo asimétrico sugiere o evoca el vacío, carente de toda forma ordenada. Si observamos la Casa en Suzaku, del afamado arquitecto, Waro Kishi, encontraremos una sencillez esencial en las estructuras y decoración de la casa. No existe un elemento circunstancial, superfluo, añadido o adjunto, sino que la claridad de las formas se logra con el uso mínimo de recursos expresivos, que dentro de un lenguaje modernista, respeta la sensibilidad japonesa por la sobriedad y pureza estética. Tadao Ando, en su citado complejo Awaji Yumebati, de igual manera, elimina lo superfluo y decorativo, y basa sus diseños en el empleo de volúmenes geométricos y en la disposición orgánica, aunque asimétrica de los elementos constructivos. Al respecto, el arquitecto plantea:

“La base de este proyecto reposa sobre universos redondos y cuadrados, conectados por avenidas. Más que apoyarme exclusivamente en la geometría, me serví de los espacios generados por las irregularidades de la topografía”[18]

Asimismo, la obra del estudio arquitectónico de SANAA ha sido calificada de ascética y frugal, pues los arquitectos, basados en los principios Zen, definen sus diseños a partir de la simplicidad orgánica y estructural de los espacios.

Por otra parte, tenemos la obra de Toyo Ito que, por ejemplo, en la casa Ai Wei Wei define estructuras basadas en el minimalismo extremo de la decoración y la estructura, en la apariencia rústica e inacabada de las texturas de los materiales de construcción, en la desnudez de las paredes, la geometrización pura de las líneas, el monocratismo del diseño de los colores y en el uso proporcional de las escalas. Cada espacio de esta edificación transmite la soledad, sobrecogimiento, sentido de aislamiento y lo místico de lo cotidiano que plantea la doctrina Zen y, particularmente, los conceptos sabi-wabi-shibui.

Relación con la naturaleza

En la arquitectura japonesa la relación de la edificación con el entorno no es una decisión que parta de un imperativo visual y de coherencia estética, sino que es una necesidad filosófica y cosmogónica. Dado que en el pensamiento Zen la dualidad del mundo no existe, sino que este se concibe como una unidad, sujeta a la cual está el individuo, el hombre es parte intrínseca de la naturaleza. Por ello, el espacio en que habite y circule el individuo debe expresar la fusión entre el ámbito humano y el natural, que, a fin de cuentas, es el mismo. De este precepto resulta la incorporación de los ambientes naturales a las construcciones urbanas, el límite impreciso entre los espacios interiores y los exteriores, el empleo de materiales naturales y el uso de la luz como elemento trascendental en el diseño.

En el caso del complejo Awaji Yumebati, de Ando, es evidente el vínculo con la naturaleza en la concepción visual y sonora que reposa sobre una serie de cascadas. Las escaleras, las fuentes y los lugares están dispuestos en una progresión geométrica que evoca una composición musical, a la vez que imitan las formas de los antiguos jardines japoneses Zen. Tal como expresara el propio arquitecto: “Intenté crear un nuevo estilo de jardín que combine el jardín tradicional de paseo japonés y los modelos occidentales, en los cuales la trama es mucho menos ambigua”[19]. El empleo de la luz natural como elemento compositivo y expresivo, de las formas geométricas simples y el uso del agua dentro de sus edificios, vinculan directamente la obra de Ando con el objetivo primario de la arquitectura Zen: la integración del edificio con su entorno natural, así como la apariencia sencilla y provocadora de sensaciones positivas. Y esta relación ha sido remarcada por el artista en varias ocasiones:

“La luz y el viento, en definitiva, los elementos naturales, carecen de significado de no introducirlos en el interior de la casa, secretándolos del mundo exterior. Una pizca de luz y de aire evoca todo el mundo natural. Las obras por mí creadas se han modificado y han cobrado significación gracias a los elementos de la naturaleza (luz y aire) que marcan el paso del tiempo y de las estaciones.”[20]

Otro de los arquitectos contemporáneos que persigue igual fin es Hiroshi Hara, teórico, además de artista. Tomemos como ejemplo la Casa Ito, en Nagazaki. En este proyecto Hara concibió un espacio hogareño armónico con la naturaleza: su ubicación en un pequeño bosque de pinos definió el empleo del árbol como material fundamental en la construcción; su forma esencialmente vertical recuerda la de un pino, y los volúmenes cúbicos de la casa conforman un ritmo espacial que se aviene con el entramado vegetal. La integración con el entorno natural es también aquí una obligación conceptual, así como el acabado desestabilizador e imperfecto de los juegos cúbicos.

En el caso de SANAA, tenemos que sus edificios no presentan una frontera clara entre el interior y el exterior, por lo que nunca resultan núcleos cerrados y desconectados del espacio natural. De aquí que utilicen la línea curva en muchos de sus proyectos, pues de esta manera obtienen un espacio más moldeable y una relación más suave con la naturaleza. En el caso del Pabellón del Vidrio, anexo al Museo de Arte de Toledo, la experiencia del espacio interior siempre está en relación con la vegetación circundante. Cada uno de los espacios está definido por un vidrio transparente, que envuelve todos los espacios en un alzado continuo, que no queda interrumpido por esquinas. El resultado es una planta de burbujas interconectadas, a través de la cual el visitante fluye con la forma.

Muy cercanos al concepto de yugen[21] o "claroscuro", sus edificios se cargan, a su vez, de atmósferas místicas, donde cumplen un papel importante los contrastes de luces y de sombras. El yugen, en la filosofía Zen, es fundamentalmente una atmósfera de misterio y profundidad que se alcanza con la sugerencia de un perfil inacabado, con una impresión indefinida entre lo claro y lo oscuro, la luz y la sombra. Tomemos como ejemplo la Casa de Fin de Semana, construida en un bosque, cerca de una autopista y en un lugar distante de la ciudad de Tokyo. Aquí la penumbra y el contraste entre las zonas iluminadas y obscuras constituyen rasgos esenciales del diseño, evidencia no solo del interés de crear un ambiente específico, sino que, además, este empleo de la luz contiene un trasfondo filosófico que se halla en el pensamiento Zen. La frontera entre la luz y la sombra no está bien marcada en ninguno de los espacios: el dualismo se pierde a favor de una concepción del mundo como flujo continuo de elementos opuestos.

La naturaleza no es, pues, en estos proyectos, un contexto añadido, sino que forma parte íntegramente del diseño arquitectónico.

Conclusiones

Podemos concluir, pues, que la arquitectura japonesa contemporánea resguarda en su interior los principales conceptos de la filosofía Zen. El vacío define la idea primaria de los proyectos arquitectónicos, los cuales renuncian por completo al abigarramiento decorativo y abogan por la simplicidad y austeridad que proponen las nociones de sabi, wabi y shibui. Si bien no podemos otorgarles a las noveles edificaciones la trascendencia mística que sí tuvieron las antiguas construcciones budistas, no cabe duda de que de un modo latente e implícito, aún persiste el carácter introspectivo y esencialista del arte Zen.

Las estructuras constructivas parten de la idea del vacío, del espacio, como noción fundamental. Los arquitectos no anulan el espacio, sino que lo despojan de cualquier elemento innecesario y superficial. Lo barroco se rechaza y la sencillez de las formas geométricas aflora como un procedimiento expresivo cardinal. La pureza de la geometría formal, la absoluta economía de recursos compositivos, el candor de las texturas de los materiales constructivos, las líneas simples en el diseño, así como la rudeza de ciertas estructuras son características presentes en todos los proyectos arquitectónicos previamente enunciados, que denotan la profunda incidencia de los principios Zen.

La armonía con el entorno natural, tan característico de los jardines Zen y de cualquier otro tipo de edificio budista, es una preocupación constante para los arquitectos contemporáneos. La concepción holística del universo, donde la naturaleza no se percibe como una entidad separada o superior, sino como el lugar de la realización plena del sujeto, determina que los proyectos se ocupen siempre de integrar el edificio con su entorno. La fluidez de los interiores con los exteriores, la utilización de materiales provenientes del medio circundante y la importancia de la luz natural en los diseños constituyen ejemplos de las soluciones a esta preocupación.

En general, podemos observar en todos estos artistas y sus obras un ánimo que gusta de la sencillez y de las atmosferas místicas; conciben los edificios como estructuras orgánicas, fluidas, cambiables en el tiempo y flexibles al uso cotidiano. El movimiento de las líneas compositivas sigue siempre un camino sereno, quieto, asimétrico e imperfecto en ocasiones, donde abundan los huecos, las luces, las sombras, los elementos naturales, pero escasean los decorados profusos y accesorios, las complicaciones formales o la extravagancia egocéntrica. La cultura de la quietud, propia del Zen, reina también en estas obras, donde el vacío, la introspección, la naturaleza y la esencia última de las cosas se develan en formas simples y sobriamente expresadas.

La incorporación de Japón al mapamundi occidental no ha significado, entonces, la pérdida total de sus tradiciones, sino que, en los últimos años, ha devenido proceso de recuperación y revalorización de la cultura tradicional. Según los casos de los arquitectos aquí analizados, podemos observar como la postmodernidad, las nuevas tecnologías y la nueva estética se asumen y se digieren, pero se entremezclan también con las raíces culturales propias del pueblo nipón. La arquitectura japonesa evoluciona paralela a los dictados occidentales, pero mantiene también el fuerte y profundamente arraigado legado tradicional de su cultura y, en especial, de la filosofía Zen.


Fuente: http://www.canasanta.com/

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