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Rahula
El heredero del Buda

Rahula le pide al Buda que le dé su herencia
Cuando el príncipe Siddhartha partió a realizar su búsqueda, el hijo que había dejado atrás era apenas un bebé. Para cuando el Buda visitó nuevamente Kapilavastu el príncipe Rahula tenía siete años cumplidos. Gotama y su extensa familia habían renovado sus buenas relaciones, aunque ahora eran muy diferentes a lo que habían sido. El Buda visitaba con regularidad el palacio y fue durante una de esas visitas que Yasodhara, su ex esposa, mandó al niño a que le pidiera su herencia a su padre. Ella esperaba que, quizás, él se decidiera a transferir formalmente todos sus derechos a su hijo. El joven príncipe estuvo siguiendo al Buda y le insistía, “monje, dame mi herencia. Monje, dame mi herencia”. Sin embargo, el Buda decidió no entender esta solicitud del modo en que Yasodhara lo había previsto.


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El verdadero linaje del Buda

Ya el Buda le había explicado al rey Suddhodana que ahora consideraba que su linaje no era más de una realeza terrenal, sino de la nobleza de los budas. Si acaso tenía alguna herencia que otorgar ésta eran su sabiduría y su compasión, que son la verdadera posesión innata de todo ser humano que esté preparado a hacer el esfuerzo por alcanzarla. De manera que como el pequeño seguía acosándolo y persistía en su petición, el Buda le encargó a Sariputra, uno de su principales discípulos, que le diera la ordenación. Fue así como Rahula se convirtió en un joven monje que gozó de la tutela y los cuidados de Sariputra.

Rahula ingresa a la sangha
Cuando el viejo rey se enteró de esto se enojó mucho. No sólo había perdido a su hijo sino también a su nieto, herederos ambos de su título y sus riquezas. El Buda vio la desazón de su padre y decidió que en el futuro no daría la ordenación a ningún muchacho sin contar antes con la aprobación de sus padres. No obstante, Rahula siguió siendo un monje y cuando llegó la hora de que el Buda y sus seguidores partieran de Kapilavastu Rahula marchó con ellos. Gotama mostró un interés personal íntimo en el progreso del joven y era común que dedicara un buen tiempo a impartirle enseñanzas.

Enseñanza personalizada para Rahula

Cuatro años después de que dejaron Kapilavastu el Buda se sentó con el chico de once años para enseñarle moralidad. Tomó un cucharón y vertió en él un poco de agua.

“Rahula, ¿puedes ver que hay un poco de agua en el cucharón?”.

“Sí, señor”.

“Pues si las personas no tienen cuidado y evitan mentir de manera deliberada, el bien que hay en ellas es tan escaso como el agua en este cucharón”.

Entonces, el Buda arrojó el agua a lo lejos y le preguntó a Rahula si observó lo que acababa de hacer.

“Sí, señor”.

“Rahula, a menos que las personas sean cuidadosas y eviten mentir de manera deliberada, estarán arrojando de sí el bien que hay en ellas, tal como acabas de ver”.

El Buda puso el cucharón de cabeza y dijo, “Rahula, si las personas no tienen cuidado y evitan mentir de manera deliberada, al bien que hay en ellas lo están tratando de este modo”.

De nuevo, el Buda puso el cucharón en la posición correcta y le preguntó a Rahula:

“¿Puedes observar cómo ahora este cucharón ha quedado vacío?”.

“Sí, señor”.

“A menos que las personas sean cuidadosas y eviten mentir de manera deliberada, quedarán vacías de toda bondad, igual que este cucharón. Imagina un enorme elefante guerrero real. Si en la batalla ese elefante empleara su cabeza, sus colmillos, sus patas y su cuerpo pero se guardara de utilizar su trompa, estará claro que no se trata de un elefante muy bien entrenado. Sólo cuando use también la trompa se verá que ya está bien entrenado. De semejante modo, sólo cuando uno se muestre siempre cuidadoso y evite mentir de manera deliberada consideraré que ya está completamente entrenado. Debes adiestrarte para que jamás digas una mentira, ni siquiera como broma. Dime, Rahula, ¿para qué sirve un espejo?”.

“Para mirarse en él, señor”.

“Siempre debes estar observándote, Rahula, examinando todos tus actos, del cuerpo, del habla y de la mente”.

Rahula también alcanzó la iluminación
Fue de esta forma como el Buda acostumbraba enseñar a Rahula cuando éste era muy joven y conforme se iba convirtiendo en un muchacho mayor. Rahula tenía 21 años cuando alcanzó la iluminación.

Podrá alguien conquistar en la batalla
a miles y miles de hombres,
pero aquél que se conquista a sí mismo
es (en verdad) el más grandioso en la batalla.

Más valor tiene lograr la conquista de sí mismo
que conseguir someter a los demás.
(Dhammapada 103-104)

Fuente: Encounters with Enlightenment, Sangharákshita, Windhorse Publications