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Akshobya: el imperturbable


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El Buda Azul. Akshobhya está sentado en un trono de loto azul, apoyado sobre cuatro elefantes. Su cuerpo brilla con una luz azul intensa del color del cielo tropical nocturno. Su cabello es oscuro y se sienta en la postura de loto completo. Sonríe e irradia luz. Tiene la mano izquierda relajada sobre el regazo. En su palma hay un vajra dorado en posición vertical. Su mano derecha va hacia la tierra. Las puntas de sus dedos tocan el tapete de luna blanca sobre el cual está sentado. Este gesto nos habla de la llegada al hogar. Está tocando el suelo sobre el cual se asienta la existencia. Es la respuesta a todas las preguntas. Su figura transmite una confianza inalterable. Tiene tan fuertes raíces que nada podría agitar su tranquilidad. Al entender el significado de su mudra, los habitantes de su reino alcanzan la sabiduría y entran a una etapa del sendero hacia la iluminación del cual ya no retrocederán. En su corazón hay una sílaba formada por una luz azul claro, hung, símbolo de la integración de lo individual y lo universal. Este sonido llega a todos los rincones de su reino: om... vajra... Akshobhya... hung. Todo es un reflejo perfecto en el espejo de tu mente.

Un voto inquebrantable: no caer en la ira

En un relato original de la escuela mahayana, el Buda Shakyamuni describe la historia de Akshobhya. Hace muchas eras, en una tierra llamada Abhirati (intenso deleite), un Buda de nombre Vishalaksha se encontró con un monje que quería hacer el voto de llegar a la iluminación para el beneficio de todos los seres. El Buda le advirtió que ésa era una misión tremenda, ya que tendría que renunciar a cualquier sentimiento de ira. Vishalaksha hizo entonces el voto de nunca dar lugar a la ira ni a la malicia y jamás involucrarse en la más mínima acción inmoral. Durante eones se mantuvo imperturbable (“Akshobhya” en sánscrito) y, como resultado, se convirtió en el Buda Akshobhya.

Sabiduría penetrante como un rayo
En el texto de la Perfección de la Sabiduría en 8 mil Versos se habla de él. Es una figura de especial importancia en los tantras. Como todos los Budas del mandala no está solo; es la cabeza de una kula o “familia” de figuras espirituales. La suya es la familia Vajra. Akshobhya sostiene un vajra como un cetro de diamante. Es un emblema de soberanía que muestra Indra, el rey de los dioses en la tradición india. El budismo tántrico ha resuelto ya el acertijo que pregunta: “¿Qué sucede cuando una fuerza irresistible se encuentra con un objeto fijo?”. Sencillamente fundió ambos en un vajra, el cual tiene todas las cualidades inmutables de un diamante, tan fuerte que nada lo puede cortar ni dejarle impresión alguna. Al mismo tiempo, es el rayo que puede destrozar cualquier cosa que obstaculice su camino.

El simbolismo del vajra
Todo lo mundano es cambiante, de manera que el vajra es un símbolo de la realidad y, por extensión, de la sabiduría intuitiva que se percata de ella. El vajra que se utiliza en un ritual tántrico tiene, en su centro, una forma ovoide que representa la unidad primordial de todas las cosas antes que “caigan” en el dualismo. De cada extremo del ovoide surgen unas flores de loto. Con ellas nace el mundo de los opuestos, incluyendo los extremos del samsara y el nirvana. De cada loto emerge la cabeza de un makara, una especie de cocodrilo cuya naturaleza anfibia sugiere el encuentro de los supremos niveles conscientes con las profundidades inconscientes. Los extremos del vajra se ramifican en cuatro puntas, que terminan por reunirse en una sola. Además, a través de todo el vajra corre un eje. Si vemos el extremo de un vajra podemos notar una configuración de mandala, con cuatro rayos en torno a un punto central.

Odiar el odio
Uno de los extremos del vajra representa las cualidades negativas que nos atan al samsara y el otro simboliza las cualidades espirituales que nos liberan del mismo. El tantra en su perspectiva los une a ambos. El mismo eje corre a través de los dos mandalas, el del samsara y el del nirvana. Para el tantra, si se les reencauza, las energías que se generan la avidez, el orgullo y otros estados torpes pueden servir como combustible para llevarnos hacia la iluminación. A Akshobhya se le relaciona no sólo con la sabiduría, sino también con el amanecer, el agua y hasta con el odio y los infiernos. Cuando sentimos odio hay una precisión clara y fría en la manera en que vemos los defectos de las cosas. Es un estado desprovisto de sentimentalismos y vaguedades. Sólo tenemos que darnos cuenta de cuál es el verdadero enemigo. De tal forma, si tornamos ese odio hacia el sufrimiento y la ignorancia y sentimos una inclinación a destruirlos, esa energía nos conducirá a la tierra pura de Akshobhya y no ya a los infiernos de la violencia y la desesperación.

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